Sabias q te vigilan?
Mi abuela solía llevarle en fechas festivas a la portera de su edificio un pastel casero, lo mismo que al señor de la basura y al vigilante que se apostaba afuera de la cuadra. Siempre me pareció extraña aquella actitud, sobre todo, porque aquellas personas no eran, lo que se dice, la simpatía andando en dos pies, hasta que un día, mi abuela me explicó que los hondureños somos chismosos por naturaleza y que más valía tener buenas relaciones con personas que con sólo observar varias horas al día los movimientos de una zona, sabían absolutamente todo de sus colonos. No entendí aquella sabiduría política, hasta años después, cuando charlando por primera vez con el portero de un edificio que se encontraba enfrente del mío, descubrí azorado que el buen hombre sabía todo de mí, desde mis horarios de trabajo, las fechas en que me había ido de vacaciones, los miembros de mi familia que solían visitarme con frecuencia, hasta la tintorería a la llevaba mis trajes y el banco donde cambiaba mis ch