El Funeral Solitario
En la ciudad de Amsterdam en Holanda (Países bajos pue) mueren todos los años entre quince y veinte personas solas. Solas en el sentido de que nadie se hace cargo de su entierro, ni se percata de su desaparición. Solas en sentido absoluto, pues. “Muchos creen que esto le pasa sobre todo a gente pobre”, dice el Sr. Frits, un empleado municipal, “pero hay de todo: ricos, criminales, drogadictos, niños pequeños…” La alcadia (ayuntamiento le dicen los que les gusta hablar grave) de Amsterdam, en esos casos, se encarga de los gastos del entierro, de comprar un ramo de flores y ordenar la ejecución de tres piezas de música clásica en un breve funeral en alguna capilla disponible. El funcionario encargado de que esto se lleve a cabo es el Sr. Frits. Al principio, nadie asistía a estas tristes ceremonias, pero un día al Sr. Frits, le pareció que eso no era suficiente, que en ese acto de despedida debería estar alguien en representación de la comunidad para decir adios a los tan solos. Y a la tarea de tramitar el funeral, añadió él, como iniciativa personal, la de estar ahí, en respetuoso silencio.
El poeta aparece más tarde, se llama Frank Starik; al descubrir esta costumbre piensa que ha encontrado una manera de que su poesía sea útil a su ciudad. Contacta con el Sr. Frits, que no lo ve nada claro, pero insiste hasta que le convence. En cada ceremonia, el poeta dirá un poema en memoria de la persona sola.
La relación entre Frits y Starik, el poeta, es ahora buena y amistosa, pero el Sr. Frits no olvida cual es su papel, y el respeto que merece la persona difunta, así que apenas da datos a Starik sobre ésta. No le parece bien que si esa persona tuvo diez hijos y ninguno acudió a su funeral, o si aquella murió borracha, eso deba ser material para que alguien poetice. Pero esto no molesta al poeta, que valora la rectitud con que el empleado público se preocupa por la dignidad última de esos solos muertos de su ciudad.
Así que con las pocas piezas que consigue, construye un poema, distinto cada vez. En el funeral de hoy no se ha conseguido saber el nombre del difunto, Starik recita:
Adios extraño
te digo adios
en el camino a ninguna parte
al país final
donde todos somos
bienvenidos a entrar
donde nada necesita conocer
tu origen
Hasta pronto señor sin papeles
sin identidad.
¿qué estabas buscando?
¿cuanto has perdido
en el camino
que ascendiendo espera
a través de la ventana vacía?
Hombre sin nombre
espera mientras hablo
y confío mis palabras vacías
a esta vacía estancia.
Llego tarde
tú, nunca lo sabré,
que escuchas las voces
llamándote
a la casa común
a tu refugio final
Amsterdam
Esta es en resumen la historia que ví hace algunos días donde mencionaban este proceso del funeral de los solitarios. Es posible que a alguien, en nuestro empobrecido y miserable rancho, le parezca que esto es un desperdicio de tiempo y dinero público en todo esto. cuantas veces no hemos visto la noticia que Medicina Forense dará sepultura a 40 cuerpos en una fosa común sin que a nadie le importe. ¿Se han puesto a pensar en eso? A mí esto del funeral de los solitarios me parece un acto de civilización extrema y me quito el sombrero ante la ciudad de Amsterdan, el Sr. Frits y el Sr. Starik. Porque la ceremonia tiene un sentido que no puede pasársenos por alto: que toda muerte importa, que toda persona importa, hasta aquellas que por cualquier motivo mueren solas.
Después me di cuenta que existen tantas y tantas personas que mueren igual, suplicando por atención, gritando por ayuda, y en ocasiones nosotros estamos ahí, los médicos de bata blanca, incólumes, impolutos y permitimos que mueran sin darles una frase de aliento, una esperanza para que mueran en paz, el no dejar que sus familiares puedan despedirse del paciente, los dejamos morir…solos.
La muerte es algo tan personal que se convierte en aterradora, el ultimo misterio de la vida se descubre ante el moribundo, ¿hay vida después? ¿Se aparece un ángel en gabardina negra para tomarte de la mano y avanzar hacia la luz? ¿Es un túnel de luz intensa que te da paz? Nadie conoce esas respuestas, hasta que las experimenta. Y eso es precisamente lo que le aterra a las personas acerca de la muerte, el no saber el protocolo diplomático para ingresar a ese otro país.
Por eso nadie debería morir solo, si bien es una experiencia personal, el sentir el apoyo de los que se quedan, es como ir a despedir a alguien en la terminal antes de un viaje, abrazos, deseos de buenaventura, manifestaciones de cariño. ¿Por qué si hacemos eso con los viajeros, no lo hacemos con los moribundos? Al final de cuentas, ellos emprenden un viaje mucho más interesante que cualquiera.
La impersonalidad de los hospitales, la frialdad de una habitación no es lugar propicio para que muera una persona. La sala de un hospital es distante, solitaria, indiferente, un lugar donde no existe el apoyo de los que aman al moribundo, donde no se pueden decir las frases que no se pudieron decir antes porque se pensó que siempre habría un momento después cuando decirselos.
Y encima del dolor, del miedo, de la angustia…está la indiferencia del médico, ese ser que era la última esperanza para todos los involucrados y que ahora se muestra extraño, alguien a quien esa muerte lo único que hizo fue incrementarle la estadística, ese mortal erigido en un falso dios que no permitió un último acercamiento, una última caricia, un último beso.
A veces nos cuesta como médicos recordar que no tratamos pacientes, que curamos enfermedades, pero eso no debe volvernos indiferentes a la solidaridad humana. No debemos llorar al lado de la cama de cada paciente agónico, pero tampoco podemos mostrarnos indiferentes ante el dolor de la familia. Una frase, un gesto, algo que le dé esa “Hicimos todo lo que pudimos” clase de tranquilidad a los que se quedan. Esos detalles que hacen que todavía haya personas que crean en nosotros, y que nos permiten darnos cuenta que somos seres mortales. Esos detalles que nos hacen ser lo que nunca debimos dejar de ser…seres humanos.
Cuando nos olvidamos de esto, cuando cosificamos a los demás, o los empaquetamos bajo etiquetas despreciativas, estamos dando el primer paso para la matanza. Cuando alguien llama “perros” a sus oponentes (como hacen algunos diplomaticos israelies refiriendose a la población de Gaza), está deshumanizando al enemigo, y el siglo XX y lo que llevamos del XXI nos han dejado claras enseñanzas sobre cómo acaba la cosificación, la deshumanización del contrario, del opuesto, o a veces, de quien simplemente es diferente. Frits, Starik, y el ayuntamiento de Amsterdam nos dicen que toda vida humana es respetable. No hay nada que sea más útil que eso.
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