El Funeral Solitario
En la ciudad de Amsterdam en Holanda (Países bajos pue) mueren todos los años entre quince y veinte personas solas. Solas en el sentido de que nadie se hace cargo de su entierro, ni se percata de su desaparición. Solas en sentido absoluto, pues. “Muchos creen que esto le pasa sobre todo a gente pobre”, dice el Sr. Frits, un empleado municipal, “pero hay de todo: ricos, criminales, drogadictos, niños pequeños…” La alcadia (ayuntamiento le dicen los que les gusta hablar grave) de Amsterdam, en esos casos, se encarga de los gastos del entierro, de comprar un ramo de flores y ordenar la ejecución de tres piezas de música clásica en un breve funeral en alguna capilla disponible. El funcionario encargado de que esto se lleve a cabo es el Sr. Frits. Al principio, nadie asistía a estas tristes ceremonias, pero un día al Sr. Frits, le pareció que eso no era suficiente, que en ese acto de despedida debería estar alguien en representación de la comunidad para decir adios a los tan solos. Y a