el auto perdon
¡Hola ¡ qué bueno que estén aquí en otro episodio de Educando a la Pobrería! El podcast donde le damos una cachetada a la vida con una mano y con la otra le damos un cafecito pa’ que no se enoje tanto. Soy el Dr Hugo Alejandro Fiallos y hoy vamos a hablar de algo que todos hemos sentido pero pocos saben manejar: perdonarse a uno mismo. Porque, la verdad, ¿quién no se ha sentido como el peor pendejo del universo por algo que hizo o dejó de hacer?
Hoy vamos a desmenuzar cómo dejar de ser tu propio verdugo, con un poquito de ciencia pa’ que no digan que nomás estoy hablando pendejadas, y un buen chorro de humor negro, porque si no nos reímos de nuestras pendejadas, ¿pa’ qué estamos aquí? Así que ponganse comodos, saquen la chela, el cafecito, su vasito de te los que se creen finolis o lo que tengan a la mano, que esto va a estar bueno. ¡Arrancamos!
Primero, quiero recordarles a ustedes que no soy psicólogo yo soy especialista en cuidados intensivos Pero me gusta leer bastante, y esto que les estoy escribiendo No está escrito así a lo pendejo está basado en conocimiento de neurofisiología, algunos libros que he leído acerca de psicología y del auto perdón, investigaciones sobre autocompasión terapia cognitivo conductual y pues algunos artículos que ha publicado la asociación americana de psicología acerca de la culpa y el auto perdón. Así que no me crean como si fuera Dios hablando, puede ser que algunnsicologo.por aquí pienses que estoy diciendo puras estupideces y puede que tenga razón, yo espero que no. La idea de este tema es hablar de algo que nos ha pasado a todos , incluyéndome a mi.
Para empezar permitanme preguntarles directamente al alma: ¿cuál es esa cosa que te sigues echando en cara? ¿Esa vez que le dijiste “te amo” al fulano equivocado? ¿O cuando te gastaste la quincena en unas botas que solo usaste una vez? Escríbelo en los comentarios, o mándame un mensaje en twitter( lo siento, pa mi siempre va ser tuiter) X pa’ que me eches la mano con el morbo. Total, todos cargamos nuestro costal de culpas, ¿no? Pero hoy vamos a aprender a soltar ese costal, aunque sea pa’ no herniarnos.
¿Qué putas es el autoperdón y por qué te importa?
Ók, vamos al grano. El autoperdón no es ponerte una corona y decir “ay, qué bonito soy, que lindo soy, como me quiero”. Nah, eso es ser cínico, y aquí no estamos pa’ cinismos baratos. Perdonarte es aceptar que la cagaste, pero decidir que no vas a pasar el resto de tu vida flagelandote con un latigo imaginario. Es como decirle a tu cerebro: “Ya, cabron, ya, ya entendí, no me lo repitas cada noche a las 3 de la mañana”.
La ciencia dice que la culpa es como un pedo mental: si no lo dejas salir, se te acumula y te intoxica. Hay un estudio de la American Psychological Association (nomas pa que uste vea) que dice que la culpa crónica te puede joder el sistema inmunológico, hacerte más ansioso y hasta deprimirte. O sea, no perdonarte es como clavarte un cuchillo tú solo, pero despacito, pa’ que duela más.
Y luego está el clásico: “Es que no me perdono porque no me lo merezco”. Ay, por favor, ¿quién te dio el Oscar al mártir del año? Todos la cagamos. Hasta el Dalai Lama seguro tuvo un día en que pensó: “hijueputa, me comí el último taco y no le dejé al Buda”. La verda, el autoperdón no es pa’ los perfectos, es pa’ los que sabemos que somos un desastre glorioso.
Entonces, ¿qué es el autoperdón según los cerebritos que estudian esto? Una psicóloga que se llama Kristin Neff, que de seguro no creció en el barrio, dice que el autoperdón viene de la autocompasión. Esto es tratarte como tratarías a tu mejor amigo: con cariño, pero sin dejar que se pase. Es decir, no te justificas todo, pero tampoco te haces mierda psicológica por cada error.
Ejemplo: Imagínate que tu amigo Juan se emborrachó y le mandó un WhatsApp subido de tono a su jefa. ¿Qué le dirías? Seguro algo como: “Jajaja, wey, qué pendejo, pero ya, bórralo, pídele perdón y no lo hagas otra vez”. Pero cuando eres TÚ el que la caga, te dices: “Soy un inútil, no sirvo pa’ nada, mejor me encierro en mi cuarto hasta el 2030”. ¿Por qué eres tan culero contigo mismo? Aquí va el primer tip: háblale a tu cerebro como le hablarías a tu amigo. No te azotes más de lo necesario.
Ahora, ¿por qué es tan jodido perdonarnos?
Porque nuestro cerebro es un pinche chismoso que no se calla.
Según los psicólogos, tenemos una cosa que se llama sesgo de negatividad. S3 acuerdan que ya se los había explicado en un capitulo anterior, sino lo han visto véanlo pendejos. Tal vez aprenden algo. Esto significa que nuestro cerebro se fija más en lo malo que en lo bueno. Es como si tuvieras un Instagram mental que solo sube las fotos donde sales con cara de culo y borra las pijudas.
Por ejemplo, puedes haber hecho 99 cosas bien en el día: hiciste el café perfecto, llegaste a tiempo a la chamba, hasta le diste chance a un busito en el tráfico. Pero si te peleaste con tu jefa o se te quemó el arroz, eso es lo que te va a tener despierto a las 2 de la mañana, pensando: “Soy un fracaso, mi vida es un chiste malo”.
Y luego está la sociedad, ¿no? En el barrio, en la familia, en todos lados, nos enseñan que hay que ser duros. “Échale ganas, no llores, aaguantacomo macho. Pero nadie te dice: “Oye, si la cagaste, ya ni modo, aprende y sigue”. No, nos educan pa’ ser nuestros propios haters. Y si creciste con papás que te decían “eres un inútil” cada que rompías un plato, pues tu cerebro se lo creyó.
Aquí va un dato científico pa’ que no digas que nomás estoy hablando pendejadas: un estudio de la Universidad de Texas (2018) encontró que la gente que se castiga mucho a sí misma por sus errores tiene más probabilidad de caer en ansiedad y depresión. O sea, no perdonarte no te hace más “responsable”, te hace más jodido.
Y luego están los que dicen: “No me perdono porque quiero ser mejor persona”. Ajá, claro, porque flagelarte como si fueras jesus en Semana Santa te va a hacer el próximo Gandhi, ¿verdad? Spoiler: no funciona así. Castigarte no te hace mejor, te hace más amargado.
Cómo perdonarte sin sentirte un cínico
Bueno, ya entendiste (espero) que no perdonarnos es como ponernos una piedra en el zapato y seguir caminando. Ahora, ¿cómo le hacemos pa’ quitarnos esa piedra? Aquí van unos pasos prácticos, con ciencia detrás, pero explicados como si estuviéramos en la esquina tomando un fresco en la pulpería de don Pancho
Paso 1: Nombra la cagada sin drama
Lo primero es ser honesto, pero sin sobreactuar. Escribe o di en voz alta qué fue lo que hiciste. Por ejemplo: “Le grité a mi mamá y me siento como el peor hijo del mundo”. Pero quita el drama: “Le grité a mi mamá porque estaba estresado, y eso no estuvo bien”. La ciencia dice que ponerle palabras a lo que sientes (un truco que se llama “etiquetado emocional”) baja la intensidad de la emoción. Es como decirle a tu cerebro: “Ya, cabron, ya, ya te entendí, no me vengas con cuentos”.
Paso 2: Pregúntate: ¿qué aprendí?
Cada error es una lección, aunque suene a frase de calendario de ferretería. Un estudio de la Universidad de Stanford (2019) dice que las personas que ven sus errores como oportunidades de aprendizaje tienen menos estrés y más resiliencia. Por ejemplo, si te gastaste la renta en una tele nueva, no te quedes en el “soy un idiota”. Piensa: “Ok, aprendí que no debo comprar cosas grandes cuando estoy borracho”.
Paso 3: Sé tu propio amigue
Acuérdate de la autocompasión de la doctora Neff. Imagínate que eres tu mejor amigo. ¿Qué le dirías? “Ya compa, todos la cagamos, no sos el primero ni el último. Discúlpate, llévale unas flores, y no lo hagas otra vez”. Prueba escribirte una carta a ti mismo, pero no de esas cursis de “te amo, yo”. Escribe algo real: “Querido [tu nombre], sé que la cagaste, pero eres un ser humano, no un robot. Aprende, crece, y no te hagas pendejo otra vez”.
Paso 4: Haz algo para reparar (si se puede)
Si tu error afectó a alguien, haz algo concreto. Pídele perdón, paga la deuda, o al menos muestra que estás chambeando en ser mejor. Un estudio de la Universidad de Ohio (2020) dice que tomar acciones concretas reduce la culpa porque le das un “cierre” al asunto. Si no hay forma de reparar (porque, qué sé yo, tu ex ya te bloqueó de todos lados), comprométete a no repetir el error. Por ejemplo: “No voy a volver a prestarle mi coche a mi primo el que choca todo”.
Paso 5: Déjalo ir, compa
Aquí va el toque de humor negro: aferrarte a la culpa es como cargar el cadáver de tus errores en la espalda. ¿Te imaginas? Vas por la calle con un costal de culpas, oliendo feo, y todos te ven como: “Ese fulano está loco”. Hay una técnica que se llama “visualización” en psicología: imagina que metes tu culpa en una caja, la cierras, y la avientas al río. O, si eres más de barrio, imagina que la quemas en una fogata con tus compas mientras brindan con chelas.
El toque de humor negro y sarcasmo
Imagina que tus errores son como un mal tatuaje. Digamos que te tatuaste el nombre de tu ex en el pecho, y ahora cada vez que te ves en el espejo dices: “puuta, qué pendejo fui”. ¿Qué haces?
Opción A: te pasas la vida tapándo el espejo pa’ no ver el tatuaje.
Opción B: te lo tapas con otro tatuaje más pijudo, como un dragón o un “urge Mél”.
Perdonarte es como el tatuaje nuevo: no borra el error, pero hace que no te arruine el paisaje.
Y luego están los que dicen: “No me perdono porque así me mantengo humilde”. Ajá, claro, porque nada dice “humildad” como odiarte 24/7. Mira, si quieres ser humilde, regala tus baleadas al compa que no trae pisto, no te hagas la víctima de tu propia telenovela.
Otra joya: “Es que si me perdono, voy a volver a hacer lo mismo”. ¿En serio? Porque seguro que flagelarte como si fueras el protagonista de La Pasión de Cristo te ha hecho súper perfecto, ¿no? La ciencia dice lo contrario: un estudio de la Universidad de Toronto (2021) encontró que las personas que practican el autoperdón son MÁS propensas a cambiar sus comportamientos, porque no están gastando energía en odiarse.
Un mensaje para el alma
Bueno, compas, ya casi terminamos este viaje. Espero que te lleves algo de este episodio, aunque sea la idea de que no eres el único que la caga de vez en cuando. Perdonarte no es olvidar lo que hiciste, ni decir que está bien ser un desastre. Es darte chance de seguir adelante sin cargar un costal de culpas que pesa más que tu mochila cabron.
Recuerda: la vida ya es bastante mierda como para que tú mismo te estés echando tierra. Como dice Mark Manson en su libro El sutil arte de que te importe un carajo, el autoperdón empieza cuando aceptas que eres un desastre, pero un desastre con potencial. Así que, la próxima vez que te despiertes a las 3 de la mañana pensando en esa vez que le diste un pijazoo al carro de tu jefe, respira, ríete, y dite: “bueh ya que, mañana lo hago mejor”.
Y si no te sale el autoperdón, tranquilo, siempre puedes culpar a Mercurio retrógrado en casa de Acuario o a tu ex. Total, en el barrio todos sabemos que la culpa siempre es de alguien más, ¿no?
Pa’ cerrar, te dejo un ejercicio: esta semana, escribe una cosa que no te perdonas. Luego, escribe tres razones por las que mereces soltar esa pendejada. Y si quieres compartirlo, mándame un mensaje en X o déjalo en los comentarios de Spotify. No te voy a decir que te quiero porque no soy tu alero bolo en Navidad, pero sí te digo: eres mejor de lo que tu cerebro te hace creer.
Gracias por leer Educando a la Pobrería. Sígueme en Spotify, comparte este episodio con el compa que más se castiga, y nos leemos en el próximo. ¡animo, que la vida sigue, aunque a veces se sienta como telenovela de Televisa!
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