La fe: ¿motor de los pueblos o excusa para quedarse jodidos
Dr Hugo A. Fiallos
Este sábado 16 de agosto del 2025 año de nuestro señor, la ciudadanía hondureña dio una muestra de fe al acudir masivamente al llamado hecho por la iglesia católica y la evangelica para participar en una caminata donde se orario por la paz de nuestro pais.
La asistencia fue tan impresionante que algunos de los funcionarios del estado incluyendo al Vicente canciller y al de seguridad trataron de minimizar la cantidad de gente que asistió, logrando únicamente el ser ridiculizar, vilipendiados, abucheados y puteados.
Pero, que es la fe?
La fe es como ese Wi-Fi gratis que promete salvarte la vida, pero siempre falla cuando más lo necesitas. Es un recurso humano tan viejo como el hambre y tan presente como la corrupción. Los pueblos creen en algo porque no hay de otra: si no hay Estado, si no hay justicia, si no hay hospitales, queda la fe como último refugio.
No estoy aquí para predicar. De hecho, si busca sermón, vaya a misa el domingo. O al culto, que básicamente es lo mismo. Aquí lo que nos interesa es otra cosa(si no le interesa, ¿pa que esta leyendo esto?) ¿realmente la fe ayuda a los países a salir adelante, o es la excusa perfecta para seguir esperando milagros que nunca llegan?
La historia es clara: la fe une. Sociólogos y psicólogos han demostrado que la religión sirvió de pegamento social para que las aldeas no se mataran entre sí. Creer en el mismo dios hacía más fácil confiar en que tu vecino no te iba a robar la gallina. En nuestros tiempos, la fe todavía organiza ayudas, asistencias, colectas, marchas, oraciones y hasta partidos políticos disfrazados de iglesias. Basta ver Honduras: cuando llega un huracán o una inundación, la ayuda no viene primero del gobierno, sino de las iglesias.
El problema es cuando esa misma fe se convierte en anestesia política. Porque si el gobernante roba, la explicación es “voluntad de Dios”. Si no hay medicinas, “Dios proveerá”. Si la economía se hunde, “hay que orar por la nación”. Y así seguimos, calmados, resignados, esperando que del cielo caiga lo que debería estar garantizado desde la tierra: educación, salud, justicia.
Los datos son tercos y no se dejan pajear: los países más pobres suelen ser los más religiosos. Honduras, Haití, Nicaragua. Aquí la fe no solo mueve montañas, también tapa baches, y consigue medicinas. Mientras tanto, los países más ricos suelen ser más laicos, menos dados a los milagros y más confiados en que el bus pasa puntual. Escandinavia es un buen ejemplo: no hay tanta oración, pero sí sistemas de salud que funcionan. Allá no esperan un milagro para conseguir medicinas; simplemente las tienen.
¿Eso significa que la fe es mala? No necesariamente. La fe inspira, da resiliencia, sostiene a quienes lo han perdido todo. Pero también puede ser peligrosa cuando se usa como excusa para la inacción. La frase “a Dios rogando y con el mazo dando” se nos olvidó por la mitad: rogamos mucho, pero el mazo lo dejamos tirado.
La fe no debería ser enemiga de la razón. Se puede creer y actuar al mismo tiempo. Pero cuando un país sustituye políticas públicas con oraciones colectivas, lo único que consigue es perpetuar la resignación. Y mientras la gente espera milagros, los políticos ya hicieron el suyo: transformaron lo público en patrimonio privado.
Al final, la fe es como el alcohol: en dosis pequeñas, anima y hasta ayuda a sobrellevar la vida; en dosis grandes, destruye familias, países y neuronas. La clave está en cómo la usemos: como motor para levantarnos, o como excusa para quedarnos sentados, esperando a ver si del cielo cae algo.
Porque si seguimos confiando únicamente en que “Dios proveerá”, lo único que vamos a ver es cómo los de arriba siguen viviendo milagrosamente bien… pero con nuestro dinero.
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