Melancolía y depresión: Los primos incómodos que nadie quiere invitar a nuestra fiesta de la vida
Dr Hugo A Fiallos
(Que no es psiquiatra ni psicologo, pero le gusta leer, aprender y compartirlo con usted)
En un mundo donde todos fingimos ser felices en Instagram mientras nos ahogamos en deudas y desamores, hablemos de algo real: la tristeza.
No, no vengo a darte palmaditas en la espalda con frases de autoayuda barata tipo “todo va a estar bien”.
Esto es “Educando a la Pobrería”, donde desmenuzamos la psique humana con sarcasmo, humor negro y un chorro de ciencia, porque si vas a sufrir, al menos que sea con conocimiento. ¿Estás listo para reírte de tu propia miseria? Como dijo el dermatologo: Vamos al grano, que la vida ya es lo suficientemente larga y deprimente.
Ah, la tristeza. Ese invitado que siempre encuentra la forma de colarse en nuestras fiestas mentales, a pesar que nadie lo invita.
Resulta que doña tristeza tiene dos hijas: la melancolía y la depresión, muchos creen que son la misma cosa, como cuando confunden a dos primas lejanas. Se parecen, pero no son iguales, tienen diferencias importantes que conviene conocer antes de que empecés a decir que estás deprimido solo porque tu café de la mañana no sabe igual.
La melancolía es como una nube emocional que llega y se va, una tristeza que de repente te hace tener gusto por la poesía, la música triste o las películas que te hacen llorar en público. Suena dramático, y lo es, pero suele ser transitoria y tiene cierta “estética”, como un filtro de esos amarillentos de Instagram en la vida real.
La depresión, Ah, la depresion es la hermana mas jodida, es el tsunami emocional que no se despide, que te hace perder interés en cosas que antes te apasionaban, roba tu energía, y en casos severos, te hace cuestionar hasta si vale la pena levantarte de la cama. No es elegante, no es poética, es un problema clínico que puede matar, literal y figuradamente.
No es flojera ni debilidad; es un desbalance químico en el cerebro –bajos niveles de serotonina, dopamina y demás–, agravado por genética, estrés crónico o hasta inflamación corporal, según estudios de la Asociación Americana de Psiquiatría. Afecta a millones, y si no lo tratas, te jode la salud física: aumenta riesgos de infartos y demás delicias
Los síntomas se mezclan, lo que confunde a más de uno. La tristeza, la irritabilidad, el cansancio y la falta de concentración son comunes en ambas. Pero la depresión agrega a la fiesta síntomas más serios: pérdida de placer casi total, sentimiento de culpa o inutilidad extremo, alteraciones del sueño y del apetito, y pensamientos suicidas. La melancolía, en cambio, suele respetar tu funcionalidad: puedes estar triste, pero tu vida sigue funcionando (aunque con un poco menos de entusiasmo).
En cuanto a tratamiento, aquí no hay magia, ni poción de hada madrina, ni tecito de la tia Juana. La melancolía suele requerir autocuidado, es decir, vos te haces cargo de vos porque vos podes: ejercicio, contacto social, rutinas, meditación que calma el ruido mental, o escribe un diario para exorcizar demonios internos.
Y un poco de terapia si el drama persiste, podría ser el preludio de algo peor, así que ve al terapeuta antes de que se convierta en tu nuevo hobby.
La depresión, esa gruñona persistente, requiere intervención profesional seria: psicoterapia, medicación (como antidepresivos) y, en algunos casos, tratamientos avanzados. No, no es que no tenga a Dios en su corazón, la depresión necesita medicina de verdad, no consejos de Instagram o circulos de oración.
El pronóstico también difiere. La melancolía, generalmente, se va cuando la vida decide ser un poco menos hostil. La depresión puede ser crónica, recurrente y, sin tratamiento, puede empeorar con el tiempo. Pero ojo: con intervención adecuada, muchas personas vuelven a tener una vida funcional y satisfactoria. Sí, incluso tú, que pensabas que todo estaba perdido.
¿Cómo ayudar a alguien en estas situaciones sin parecer un terapeuta barato graduado de TikTok?
Primero, escucha sin juzgar; la frase “anímate, todo pasa” es más letal que contar el final de tu serie favorita. Segundo, anima a buscar ayuda profesional: psicólogo, psiquiatra, terapia grupal, lo que sea necesario. Tercero, acompaña con gestos concretos: salir a caminar, preparar comida juntos, recordarle que hay un mundo afuera del cuarto oscuro. Pequeños gestos que dicen “no estás solo” son más poderosos que mil consejos sacados de un video de autoayuda en youtube
Un punto que pocos mencionan es que la depresión no discrimina: puede golpear a jóvenes, adultos, ricos, pobres, artistas y algunos periodistas de Mas Noticias Tv que se ven aburridos. La genética, el ambiente, el estrés, traumas y desequilibrios químicos en el cerebro se combinan en un cóctel que no tiene etiqueta de “culpa propia”. Culpar a alguien por deprimirse es como echarle la culpa a la lluvia por mojarte: absurdo y cruel. O putear a tu tio por ser hipertenso: es ser estúpido.
La melancolía, por su parte, puede incluso tener un lado útil: nos hace reflexionar, valorar lo que tenemos y, a veces, inspirar creatividad. Eso sí, no hay que romantizarla demasiado; no es necesario ser un poeta atormentado para vivir intensamente.
En resumen, la melancolía y la depresión son como primos incómodos en la familia emocional: uno viene y se va con cierta gracia; el otro se queda y exige que le prestes atención profesional. Saber diferenciarlos, entender sus síntomas, buscar tratamiento y acompañar con empatía puede marcar la diferencia entre sobrevivir y simplemente existir.
La próxima vez que la tristeza toque a tu puerta, no le invites café; más bien, reconoce quién es, qué quiere y cómo manejarla sin convertirte en víctima de sus caprichos. Porque, al final, la vida es demasiado absurda como para pasarla atrapado en la misma nube gris. Y recuerda: pedir ayuda no te hace débil, te hace humano… y más inteligente que los que aún creen que la depresión se cura con “positividad” o “Teniendo a Dios en su corazón”.
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