ROMANTIZAR LA POBREZA

Bienvenidos, queridísimos sobrevivientes de la vida real, al rincón donde nadie te dice “todo estará bien” y donde no hay filtros de Instagram que escondan la mugre bajo la alfombra ni frases motivacionales sacadas de galleta china. Esto es Educando a la Pobrería, el podcast que se mete en tus oídos como el dulce sonido de los chicharrones friendose en la sarten en la cocina de tu abuela, que huele a café recalentado, tortillas de ayer y un poco de frustración nacional.
Hoy vamos a hablar de un tema que da para reír, llorar y enojarse: la romantización de la pobreza en Honduras. Esa manía de querer hacer ver que vivir sin agua, sin luz, sin hospital y sin maestros es algo “bonito” porque “los paisajes son bellos” y “la gente es cálida”.
Sí, claro… porque nada dice “vida auténtica” como cargar agua en baldes todos los días, o como que tu hospital tenga más telarañas que medicinas..

Definición:

Primero, vamos a poner las cosas claras: romantizar la pobreza no es lo mismo que ser humilde. Ser humilde es decir “no necesito todo para ser feliz”. Romantizar la pobreza es tomar un desastre estructural, calles rotas, escuelas sin maestros, hospitales sin medicinas, y decir: “¡Miren qué lindo es este pueblito olvidado!” Es como si alguien llegara a un incendio y dijera: “¡Qué acogedor se ve con todas esas llamas!”.
Y ojo, esto no es solo cosa de influencers con cámaras y filtros de tonos cálidos.
Los anuncios de gobierno, los documentales y campañas turísticas de Honduras han caído en la trampa: muestran pueblos pintorescos como si fueran escenarios de fantasía, mientras la realidad es que hay gente que lucha por agua potable, luz eléctrica irregular y transporte casi inexistente.

El problema de la estética

Ahora, hablemos de la estética. Las fotos de casitas de adobe con techos de zinc, caminos polvorientos y niños sonrientes son adorables en Instagram. Pero la realidad es que detrás de esa sonrisa hay hambre, falta de acceso a agua potable, educación de baja calidad y cero oportunidades. Pintarlo de “romántico” es un engaño, una ficción bonita, y lo peor: perpetúa la idea de que está bien que haya gente viviendo así.
Ejemplos locales:
Fotos de casitas de adobe en Gracias, Lempira, acompañadas de la frase “qué lindo vivir aquí”.
Videos en TikTok de niños descalzos en Ocotepeque, bajo el título “la infancia más feliz es la sencilla”.
O esas campañas que dicen: “Ven a conocer la Honduras auténtica”… mostrando casas de bahareque que se caen con la primera tormenta.
La ciencia social nos dice algo claro: cuando normalizamos o estetizamos la pobreza, disminuimos la presión social para arreglarla. Estudios de psicología muestran que ver la miseria como algo “bonito” puede reducir la empatía real. Es decir, mientras más te venden la pobreza como una experiencia estética, menos ganas tienes de luchar contra ella.
Y en Honduras, donde casi el 50% de la población vive bajo la línea de pobreza según CEPAL, esto es un lujo peligroso para la conciencia urbana. Pero el político de turno prefiere que veas la cascada bonita, no la escuela de adobe sin maestro.
[Bloque III: Por qué se hace]
¿Y por qué tanta gente hace esto? Primero, porque vende. La pobreza vendida como romanticismo es un producto de consumo cultural: libros, fotos, comerciales.
Segundo, porque da una sensación de “pureza” o “vida simple” que muchos urbanos anhelan mientras viven en sus apartamentos con aire acondicionado. Es la fantasía de “lo auténtico” sin el inconveniente de tener que pasar hambre o caminar kilómetros por agua potable.
Y claro, no podemos olvidar que también hay intereses políticos y económicos detrás. Los gobiernos y ciertos medios disfrutan mostrar la pobreza como un paisaje pintoresco: “Miren, nuestras comunidades son lindas y felices… pese a que no tenemos carreteras”. Así, la desigualdad se vuelve invisible, casi romántica, mientras los políticos siguen cómodos en Tegucigalpa sin mover un dedo.

Diferencia entre pobreza real y pobreza romanticizada

Aquí va una regla básica: la pobreza real duele, mata, limita y humilla. La pobreza romantizada es un producto de marketing emocional. La pobreza real te quita el sueño, el hambre te despierta y te obliga a buscar soluciones que nadie debería necesitar inventar. La pobreza romantizada te deja con un like en Instagram y un suspiro: “qué lindo lugar para visitar”.
Si alguien quiere vivir “la experiencia de pueblo olvidado”, debería probar pagar con lo que gana un jornal de dos dólares al día, sin wifi, sin luz, sin seguridad… no solo tomarse fotos para redes sociales.

Consecuencias culturales y sociales

Esto de romantizar la pobreza también tiene consecuencias culturales. Genera estereotipos: que los pobres son felices porque “viven sencillitos”, que sus problemas son menores porque “tienen corazón”. Eso es falso. La pobreza genera estrés crónico, ansiedad, desnutrición, retraso en el desarrollo infantil, violencia y, en muchos casos, muerte prematura. Y lo peor: quienes reciben esta narrativa pueden llegar a sentirse culpables por querer salir adelante, como si aspirar a algo mejor fuera traicionar la “autenticidad” de su pobreza.

Cómo combatirlo

Entonces, ¿qué hacemos? Primero, abrir los ojos. No confundas autenticidad con miseria estética. Segundo, cuestiona lo que ves en redes, en películas, en publicidad. Pregúntate: ¿esto está mostrando la realidad o una versión embellecida para vender emociones? Tercero, la educación y la información son poder. Mientras más entendemos de desigualdad, economía y derechos humanos, menos caemos en esta trampa cultural.
Y finalmente, recordar que la verdadera belleza está en la resiliencia y la solidaridad, no en la explotación estética de quienes no tienen nada.

Así que, amigos, la próxima vez que vean un post que diga “vive como en el pueblo olvidado”, piensen dos veces: detrás de esa sonrisa y esos filtros hay un mundo de carencias que no es bonito, no es inspirador y, definitivamente, no debería ser romántico. La pobreza no se visita, se combate. Y si quieres ver belleza, mira a la gente luchando para salir adelante, no a la miseria disfrazada de postal.
Esto fue Educando a la Pobrería, donde no vendemos postales, vendemos realidad con humor negro, ironía y un poquito de ciencia para no parecer locos. Nos escuchamos en el próximo episodio, donde probablemente hablaremos de algo igual de incómodo… pero igual de necesario.

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