“La música de antes vs la de ahora: el ring eterno del ritmo y la nostalgia


Bienvenidos, criaturas del algoritmo, a otro episodio de Educando a la Pobrería, ese podcast donde aprendemos cosas que duelen más que la letra de un reguetón pero curan más que una canción de Silvio Rodríguez.
Hoy vamos a hablar de una guerra civil que no tiene fin, un tema que divide a familias enteras, que arma peleas en las sobremesas y que hace que los abuelos miren con desprecio a los TikToks de sus nietos: la música de antes era mejor” versus “la música de ahora es la verdadera evolución”. ¿Cuál es mejor? ¿Los vinilos o los beats? Agárrense, porque vamos a desmenuzar esta eterna guerra de opiniones sin piedad,el debate eterno entre los que veneran a The Beatles y los que perrean con Bad Bunny como si la vida dependiera de eso.
Imaginemos la escena: estás en una fiesta familiar. El tío rockero pone “Bohemian Rhapsody” de Queen a todo volumen, y de repente, el primo millennial saca el celular y suelta un trap de Bad Bunny. El tío grita: “¡Esto no es música, es ruido para gatos en celo!”. El primo responde: “¡Abuelo, tu música era para gente que no tenía Spotify!”. Y así, Porque no hay conversación más inflamable que esa, Generación tras generación, la batalla sigue. ¿Por qué nos pasa esto? Bueno, mi querida pobrería, es porque la música no es solo sonido; es un espejo de nuestra vida, de nuestros dolores, amores y lo que nos hace bailar aunque el mundo se caiga a pedazos.
¡Por qué nos obsesiona? Porque es el soundtrack de nuestra existencia. Refleja épocas, dolores, amores y hasta las crisis económicas. En los 70, con la dictadura en Latinoamérica, el rock en español era resistencia. Hoy, con la inflación y el tiktok, el reggaetón es catarsis urbana. Pero, ¿evolucionó para mejor o para peor? Vamos a desglosarlo.
🎵 BLOQUE 1: El síndrome del “todo tiempo pasado fue mejor”
Ah, la nostalgia… ese virus emocional que nos hace creer que todo lo que escuchamos cuando teníamos 17 años era arte puro, y lo de ahora es basura digital.
La música de antes no solo suena mejor: también huele a vinilo, sabe a serenata y duele con elegancia.
Antes el amor era poesía. Ahora el amor es logística de motel con autotune:
Pero antes de que empiecen a sonar las trompetas de la indignación, detengámonos un segundo.
¿Y si la música de antes solo nos parece mejor porque es el soundtrack de nuestros recuerdos?
La ciencia lo explica: según estudios en neuropsicología musical (sí, eso existe, y no, no es invento mío), el cerebro asocia las canciones de la adolescencia con emociones intensas, y eso crea una especie de “sello dorado” en nuestra memoria auditiva.
Por eso, la canción que escuchabas mientras hacías tu primer intento de beso (malisimo por cierto) en una fiesta sigue sonando como una obra maestra, aunque objetivamente sea un desastre melódico.
🎤 BLOQUE 2: Cuando el arte se grababa con alma (y micrófonos de plomo)
Empecemos por la música de antes, esa que muchos llaman “clásica” para sonar cultos, pero que en realidad es la banda sonora de los papás que nos criaron con cassettes pirateados. Empecemos por los 60s y 70s, la era dorada del vinilo y el alma cruda, piensen en los Beatles, cuatro tipos de Liverpool que cambiaron el mundo con "Hey Jude". No había Auto-Tune, no había productores con laptops. Era Paul McCartney tocando bajo con los dedos ampollados, John Lennon gritando verdades desde el techo de su casa. Las letras? Poesía pura: amores que duelen, guerras que matan, sueños que vuelan. Y el sonido: experimentación total. Cada álbum era un viaje – de folk a psicodelia, de baladas a rock progresivo. En esa época, la música era artesanía, no fábrica.
Pasemos al tango y bolero latino, porque no todo era gringos. Carlos Gardel cantaba "Mi Buenos Aires Querido" con una voz que te teletransportaba a las calles empedradas de los 30s. O Celia Cruz, la reina de la salsa, con "Quimbara": ritmos que te hacen mover las caderas aunque estés en una silla de ruedas. ¿Lo especial? La autenticidad. Grababan en estudios humildes, con micrófonos que capturaban el eco de la habitación. No había edición digital; si desafinabas, te aplaudían igual porque el alma importaba más que la perfección, era parte del encanto. Y las historias: pobreza, migración, pasiones prohibidas. En México, el mariachi de Vicente Fernández era himno de ranchos y corazones rotos. Esa música unía comunidades, educaba en valores sin sermones. ¿Recuerdan “La Bamba” de Ritchie Valens? Una canción que nació en las fiestas de pueblo y se volvió himno global. Esa música te hacía sentir parte de algo más grande, como si el disco te hablara directo al corazón, sin intermediarios.
Antes, grabar una canción era casi un ritual: los músicos afinaban, ensayaban, sudaban, se peleaban, se reconciliaban y luego grababan una sola toma
¿Recuerdan a Freddie Mercury?
El tipo grababa con la garganta rota, pero el alma en fuego.
Hoy tenemos a artistas que graban con la voz perfecta y el alma ausente, como en modo avión. Pero claro, tampoco hay que romantizarlo todo.
Pero no todo era pijudito. La música de antes podía ser elitista: si no tenías un tocadiscos o no vivías en una ciudad grande, te quedabas fuera. Y las radios decidían qué oías, no tú. Se hacían horrores: algunos hits eran machistas hasta el cansancio, playback descarado y egos tan grandes que necesitaban su propio camerino. Además, las discográficas controlaban todo, silenciando voces disidentes. Aun así, el impacto cultural fue brutal. El rock en español de los 70s, con Charly García y Sui Generis, fue la banda sonora de la juventud argentina contra la opresión. "Canción para mi muerte" no era solo una rola; era un grito.
Ahora, avancemos a los 80s y 90s, la década del exceso y el cassette pirateado. Michael Jackson con "Thriller": el álbum más vendido de la hstoria, con zombies bailando y beats que inventaron el pop moderno. O Madonna, rompiendo tabúes con "Like a Virgin". En Latinoamérica, el enredo de Soda Stereo: Gustavo Cerati con "De Música Ligera", un himno que aún se canta en estadios. ¿Por qué pegaba? Producción impecable, pero humana. Sintetizadores, pero con guitarras que rasgaban el alma. Y el hip-hop naciente: Run-D.M.C. mezclando rap con rock en "Walk This Way", abriendo puertas para el gangsta rap de los 90s.
En los 90s, el grunge de Nirvana con "Smells Like Teen Spirit" capturaba la angustia juvenil sin filtros. O el reggaetón primitivo de Daddy Yankee en "Gasolina": ritmos caribeños que democratizaron el baile en las calles.
Pero habian sombras: el crack de los 80s trajo letras sobre drogas que glorificaban el caos. Y la piratería empezó a matar a los artistas chicos. Aun así, esa era nos dio raíces profundas.
Así que sí, había arte, pero también había drama.
🎧 BLOQUE 3: La música actual y su apocalipsis digital
Ahora, pasemos a la otra esquina: la música de los 2000s al 2025, el mundo del streaming y el scroll infinito. Samples innovadores, letras introspectivas sobre fama y fe. Pero el boom real vino con el trap y el reggaetón global. Bad Bunny, el conejo malo, con "Yo Perreo Sola": feminismo callejero en beats perreantes. O Rosalía fusionando flamenco con trap en "Malamente". ¿Lo revolucionario? La accesibilidad. Cualquiera con un iPhone graba en GarageBand y lo sube a SoundCloud. Plataformas como Spotify crean playlists que conectan a un fan de K-pop en Seúl con un reggaetonero en Bogotá.
Las letras? Más crudas, más yo: ansiedad, identidades queer, el hustle millennial. Taylor Swift con su folk indie que vendió millones. Y el sonido: mezclas locas. Billie Eilish susurrando sobre depresión con beats minimalistas en "Bad Guy". O el afrobeat de Burna Boy globalizado por TikTok. "Despacito" de Luis Fonsi rompió récords en 2017, pero en 2025, tracks como los de Sabrina Carpenter dominan con hooks adictivos.
Ventajas claras: diversidad. R&B no está muerto; está evolucionando, como dice un post en The Blues Project de 2025: "En 2025, el género está en su altura evolutiva, más diverso que nunca, con artistas entregando canciones de calidad."
Pero, ay, las críticas duelen. El Auto-Tune salva desafinados, pero suena a robots en una convención de otorrino. Letras superficiales: dramas de 15 segundos.
Y el consumismo: más música se lanzó en un día de 2024 que en todo 1989, según Crooked Wanderer. Comida rapida sonora: hits desechables, algoritmos que premian lo viral sobre lo profundo.
 ¿Es sostenible? ¿O solo es fast-food musical para adictos al scroll?
La música de ahora tiene algo que antes no existía: democracia sonora.
Hoy cualquiera puede producir una canción desde su cuarto con una laptop y una conexión a internet.
Antes necesitabas una disquera, un estudio y vender tu alma a un productor con cadenas de oro y olor a cigarro barato.
Eso ha permitido que surjan talentos genuinos sin filtros.
Pero también… mucha porquería con ritmo.
Porque por cada Billie Eilish hay mil tipos haciendo trap sobre “vivir rápido y morir con followers”.
La música actual está diseñada para durar lo mismo que un reel de Instagram: 15 segundos.
Ya no se hacen canciones para escuchar, se hacen para viralizar.
El estribillo tiene que sonar bien en TikTok, el beat tiene que caber en una historia de 10 segundos y la letra… bueno, la letra solo necesita tener “baby”, “yeah” y alguna referencia a dinero o sexo.
🎶 BLOQUE 4: El negocio detrás del ruido
Antes, el músico componía para decir algo.
Ahora, las disqueras producen sonidos para que tú compres algo.
La industria musical actual es un monstruo de algoritmos.
Spotify, YouTube, TikTok: todos deciden qué vas a escuchar antes de que tú lo sepas.
Y nosotros felices, moviendo la cabeza como zombis con ritmo.
¿Quieres saber lo peor?
Ya no escuchamos música. La consumimos.
Como si fuera comida rápida: instantánea, barata y olvidable.
Antes un disco te acompañaba años; ahora una canción te acompaña hasta el próximo trend.
🎸 BLOQUE 5: Pero… ¿de verdad la música de antes era mejor?
Depende.
Si hablamos de composición, producción y originalidad, probablemente sí.
Pero si hablamos de accesibilidad, diversidad y democratización, la música de ahora gana.
Antes tenías que escuchar lo que te daban en la radio.
Ahora puedes explorar un continente entero de sonidos en Spotify, desde jazz etíope hasta metal japonés progresivo con tambores tibetanos.
Nunca hubo tanta libertad musical.
Solo que el problema no es la música: somos nosotros, que tenemos la atención de un pez dorado con déficit de dopamina.
🎧 BLOQUE 6: La nostalgia como refugio emocional
Lo que realmente amamos no es “la música de antes”.
Es nuestra versión de antes.
La que bailaba en bodas, cantaba en buses o lloraba con un cassette.
Por eso cuando alguien critica la música de nuestra época, sentimos que nos critican a nosotros.
La música no envejece, lo que envejece es el oído con ego.
Cada generación cree que la siguiente arruinó el arte, como si el mundo fuera un eterno “antes sí había música de verdad “.
Pero eso mismo decían los abuelos del jazz cuando llegó el rock.
Y los abuelos del rock cuando llegó el reguetón.
Así que tranquilos, boomers y centennials: nadie tiene la razón absoluta.
La música de antes tenía alma, la de ahora tiene beats… y ambas sirven para no volverse loco.
Entonces, ¿cuál gana la pelea? Aquí va mi veredicto, sin filtros: ninguna. La eterna lucha de opiniones es una tontería generacional porque la música no compite; evoluciona. La de antes nos dio raíces, nos enseñó a soñar con menos ruido. La de ahora nos da alas, nos conecta en un mundo caótico.
🕺 BLOQUE 7: ¿Y qué queda?
Queda el punto medio.
Escuchar lo que te gusta sin sentir culpa.
Poder disfrutar una sinfonía de Beethoven y luego perrear sin remordimiento te hace más evolucionado que cualquier purista del sonido.
Porque la música, al final, no tiene época. Tiene efecto. Lo mejor es lo que te mueve: poné “Stairway to Heaven” para reflexionar y “Tusa” para desahogarte. Mezclá, no elijas bandos. Si te eriza la piel, te hace bailar o te arranca una lágrima, entonces funciona.
Y si funciona, no importa si viene de un vinilo o de un algoritmo.
La música no compite; muta. De vinilos a NFTs, de radios a IA componiendo hits. Futuro: conciertos en realidad virtual. Colaboraciones con IA, ¿Pero el alma? Eso lo ponemos nosotros.
🎙️ [CIERRE]
Así que la próxima vez que escuches a alguien decir “la música de antes era mejor”, pregúntale: “¿Mejor para quién? ¿Para tu corazón o para tus oídos?”
Porque lo único peor que una mala canción…
Es un buen recuerdo convertido en dogma.
Y con eso, mi querida pobrería, han sido ustedes educados.
Recuerden: si su playlist tiene desde Chayanne hasta Slipknot, están haciendo algo bien.
¿Qué piensan ustedes? ¿Team vinilo o team streaming? Escríbanme en las redes, comenten en el episodio y síganme para más dosis de realidad. Si este podcast les abrió los ojos –o los oídos–, compartanlo con esa pobrería que necesita educarse. .
Hasta el próximo episodio, donde seguiremos educando… a la pobrería.
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